Ahora vivo el sueño del viaje, pero antes, soñé viajar

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El 9 de enero como una epifanía, tras dos noches de insomnio llegó la respuesta: decidí darle la vuelta al mundo. Quizá fue porque me gustaba leer a Julio Verne de niña y, por supuesto, devoré “La vuelta al mundo en 80 días”, o porque en navidad reconocí que mi corazón clamaba por una dosis de aventura y adrenalina, o porque de repente mi casero decidió dejarle el changarro a su hijo lo que —sin entrar en detalles— resultó en la mudanza de todos los vecinos a los cuales, por supuesto, terminé por sumarme; o simplemente porque cuando era niña y veía a los mochileros con sus voluminosos bultos en la espalda, los zapatos con tierra de todas partes, las nucas bronceadas por el sol y entre la cara y el pecho la luminosa impresión de ser libres, me daban ganas de ser como ellos.

En todo caso y más allá de razones y pretextos, decidida crucé la puerta que la epifanía me abrió y en mayo del 2014 abordé un vuelo trasatlántico que varias horas después aterrizó en el aeropuerto de Heathrow, Londres.

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